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“La ciudad que nos perdemos cada noche:
los contrastes del orgullo de Valdivia”
Fuente: Alan Fox Igualt,
diseñador industrial, arquitecto, Diploma en Arquitectura Sustentable, miembro del Centro de Sustentabilidad UNAB.

El hombre necesita reconocer, comprender e incluso amar el espacio urbano que lo acoge. Cuando el caminante atraviesa la ciudad, ésta se le presenta como un amplio espacio para comprender su propia territorialidad como individuo que pertenece a una sociedad. El más completo sentido de “apropiación” del espacio, sólo se puede dar caminando por sus calles y avenidas, sintiéndose parte integral de su propio ámbito, un sentido de pertenencia tan necesario recuperar hoy en día ante nuestra globalizada sociedad. De tanto estar amontonados, casi hacinados en la ciudad, más lejos estamos hoy en día el uno del otro.

Francesco Careri, un teórico italiano contemporáneo, sostiene, con toda lucidez, que el caminar es una práctica estética. Caminar, podríamos agregar, entonces, es como los ciudadanos podemos encontrarnos con la belleza de la ciudad.


Valorar el paisaje urbano

En nuestras ciudades estamos endeudados con la valorización del paisaje urbano: aún nos falta mucho camino como país en vías del desarrollo, para entender que el valor espacial y estético del espacio urbano es tan importante como su dimensión meramente funcional. Más aún, nuestras ciudades nocturnas están todavía más distantes de tener una categoría que permita incorporarla a alguna a una lista de bellezas grácilmente tocadas por la luz como París, Londres, Nueva York, Buenos Aires, Madrid y Barcelona, entre otras.

Por otro lado, favoreciendo los espacios para los peatones y con ello el encuentro entre las personas, la prevención y el control del crimen se convierten en algo natural y que es parte constructiva de la vida cotidiana de los ciudadanos.


Importancia de la
iluminación

La Iluminación tiene un rol muy importante a la hora de la definición del espacio urbano en su dimensión nocturna. Esto porque el espacio en que transitamos, ya sea en algún medio de locomoción o simplemente caminando, constituye parte sustancial de nuestra experiencia urbana cotidiana. Por otro lado, ella permite también resaltar nuestro patrimonio tanto arquitectónico como paisajístico, favoreciendo la lectura de lo importante sobre lo menos importante, guiándonos en un camino seguro de vuelta a casa.

Necesitamos ciudades más orgullosas de su rostro nocturno, ciudades que incluso, y por qué no, lleguen a ser más destacadas por su aspecto nocturno que por sus calles bajo la luz del sol. Un caso digno de mencionar es la ciudad de Valdivia, tal vez merecidamente la ciudad más hermosa de nuestro país, gracias a un paisaje desbordante de agua y vegetación siempre verde, que siempre acompaña al visitante. Un lujo y orgullo para esta particular ciudad es su larga y entretenida costanera junto a los ríos Calle-Calle y Valdivia, la que define el carácter fluvial del orden de su trazado urbano. Se trata de un constante espectáculo, en el que las casas del otro lado de la ribera parecen casi flotar detrás de los kayak y de las embarcaciones turísticas de paseo. Pero junto a ese maravilloso entorno paisajístico, quizás su mayor “activo” turístico, este notable paseo valdiviano, al caer la noche, pierde buena parte de su encanto diurno. El transeúnte se ve obligado, por una parte, a caminar atento a la sombra de árboles y arbustos que pudieran favorecer la acción repentina de algún delincuente, y, por otra, a no deslumbrarse por el alumbrado vial de la calzada. Todo esto, junto con el desaprovechamiento de los ricos elementos paisajísticos del borde, como son los magníficos y voluminosos árboles, y también el cercano encuentro entre río y rocas, con todos sus vivos detalles. A los mismos inversores inmobiliarios les convendría contar con condiciones más estándar de iluminación en torno a sus edificaciones, para que sus proyectos en barrios. Esto sugiere una mayor coordinación mutua entre las entidades reguladoras y los agentes privados, para que todos ganen en este juego.

En un plano más técnico, la iluminación de la calzada debiese generar menor deslumbramiento en su hemisferio inferior, así como también la iluminación del paseo peatonal mismo, en lugar de postación, bien pudiese lograrse a través de luz incorporada en los mismos árboles, destacando sus troncos así como iluminando el paseo por el reflejo de la luz en sus propias hojas. Así como se realizan esfuerzos por regular el espacio público por la vía de instrumentos como el “Plano Regulador”, a nivel normativo, a la anterior “Norma de Diseño de Alumbrado Público en Sectores Urbanos” , ya derogada, se superpone el “Reglamento de Alumbrado Público de Vías de tráfico vehicular “, el que tampoco considera el importante rol de las edificaciones en la iluminación de las áreas urbanas. Esto es sintomático en casi todas las ciudades de Chile (el sensible caso de la costanera de Valdivia requiere una fina “cirugía paisajística” nocturna), en las que la iluminación es más que nada “alumbrado”, al no existir una idea detrás, ni menos una clara integración tanto funcional como estética de los elementos que componen el paisaje nocturno.

De lo que se trata, en definitiva, es de favorecer la Iluminación en lugar del “alumbrado”. La primera supone un cuidado de los valores tanto espaciales como funcionales y también patrimoniales de la ciudad, mientras que la segunda no discrimina. En otras palabras, se trata de convertir los espacios urbanos significativos en espacios lumínicamente significantes.

Mayo 2012
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